Actualizado 5 febrero, 2021
Las fábulas son un gran recurso para educar a los niños. Las mismas son relatos breves, en donde por lo general los protagonistas son animales con cualidades humanas y ellos nos enseñan lecciones de vida a través de las cosas que le suceden en el relato.
Cada fábula tiene su moraleja, la cual es una enseñanza que intenta transmitir un aprendizaje a los niños, a los adolescentes y a los mayores. A continuación te dejamos una selección de hermosas fábulas con valores y moralejas para compartir con los niños.
Fábulas para niños con moraleja y valores
Erase una vez, en el mundo de los animales, una liebre que era muy orgullosa ya que era el animal más rápido. Además era vanidosa y se vivía tiendo de la tortura, que era más lenta.
Un día, la tortuga tiene la idea de proponerle una apuesta a la liebre.
-Estoy muy segura de poder ganarte una carrera – le dijo
La liebre, entre risas acepto y todos los animales se juntaron para ver la carrera.
Confiando en su velocidad, la liebre dejo que la tortura partiera primero y ella se quedo remoloneando.
Al rato comenzó a correr y corría tan rápido como el viento, mientras que la tortuga iba despacito pero sin parar. La liebre se adelanto muchísimo de la tortura, y se detuvo al lado del camino para sentarse a descansar. Muchas veces repitió lo mismo, le dejaba ventaja y luego emprendía su veloz marcha.
Confiada con su velocidad, la liebre se acostó bajo un árbol y se quedo dormida. Por su lado, la tortuga pasito a pasito y tan rápido como pudo siguió su camino hacia la meta. Cuando al liebre se despertó, corrió tan rápidamente como pudo pero ya era demasiado tarde, la tortuga había ganado la carrera.
Moraleja: Nunca hay que burlarse de los demás.
Había una vez una zorra muy glotona, que se levantaba temprano para salir por el campo en busca de alimentos. Comer era su pasatiempo preferido y todo le gustaba.
Por lo general, no tardaba mucho en encontrar el alimento, pero un día sucedió que busco y busco y no encontró ni una semilla para comer. Luego de varias horas de búsqueda sin resultado, su panza comenzó a sonarle.
– Madre mía, qué hambrienta estoy… ¡Si no como algo rápido me voy a desmayar!
Casi cuando estaba por rendirse, vio a la distancia la presencia de una joven pastos que cuidaba del rebaño. El joven estaba sentado sobre la hierba, cantando muy alegremente mientras sus ovejitas corrían confiadas a su alrededor. La zorra se encendió para poder controlar sin que la viera el joven
– Detrás de este matorral estaré bien.
Luego de varios minutos sin que pase nada, el pastor dejo de cantar y miro el cielo con un gran interés.
– ¡Está comprobando la posición del sol para saber si ya es la hora del almuerzo!
La inteligente zorra tenía toda la razón ¡eran las doce en punto del mediodía! Sin perder más tiempo el pastor saco un mantelito de cuadros sobre una roca y sacó variadas viandas de una pequeña canasta.
– Vaya, vaya, vaya… ¡Creo que mi suerte esta a punto de cambiar!
Desde donde estaba escondida, pudo distinguir un pedazo de queso, una rodaja de pan blanco y un racimo de uvas. Todo tenía una pinta impresionante e inevitablemente empezó a salivar.
– ¡Oh, se me hace la boca agua!… Me quedaré quieta y en cuanto se largue me acercaré a investigar. ¡Con suerte podré lamer las migas que se hayan caído al suelo!
Con muchos nervios esperó a que el pastor finiquitara lo que para ella era un banquete digno de un príncipe.
– Bien, parece que ya ha terminado de comer porque se ha puesto en pie y está sacudiendo el mantel. ¿Se irá ya o antes se echará una siesta?
Esto cavilaba la zorra cuando ante sus ojos ocurrió algo inesperado: el joven pastor envolvió la comida sobrante con el mantelito y la introdujo en un agujero excavado en el tronco de un viejo árbol. Luego dio un fuerte silbido para agrupar a las ovejas y se las llevó todas juntas de vuelta a la granja.
– ¡Que fortuna la mía! El pastor trajo tanta comida que ha reservado una parte para mañana. Pero lo siento mucho, todo eso me lo voy a tragar yo a la de tres, dos, uno… ¡Ya!
La hambrienta zorra salió corriendo hacia el árbol, trepó por el tronco con gran rapidez y se metió dentro del hueco. El espacio era estrecho y pequeño, pero consiguió llegar al fondo y encontrar el tesoro tan anhelado. En cuanto tuvo el paquete en su poder, desató el nudo y prácticamente a oscuras se puso a devorar. Mientras lo hacía, pensaba:
– ¡Oh, madre mía, qué rico todo!… ¡El pan todavía está calentito y este queso casero es realmente exquisito! Y las uvas… ¡ay, las uvas, qué dulces son! Antes reviento que dejar un poco.
Comió tanto y tan rápido que su panza se hinchó hasta adquirir el aspecto de un enorme globo a punto de explotar. Como te puedes imaginar, cuando quiso irse no pudo hacerlo. Se dio cuenta de que estaba atrapada y empezar a gritar como una loca.
– ¡Socorro!… ¡Auxilio!… ¡Que alguien me ayude, por favor!
La angustia se apoderó de ella y empezó a llorar.
– ¡Sáquenme de aquí! ¡No puedo salir, no puedo salir!
Una zorra de su misma especie que paseaba cerca escuchó sus gritos retumbando en el interior del árbol. Con gran curiosidad escaló hasta el orificio y asomó su peluda cabeza.
– ¿Qué sucede?… ¿Quién anda ahí?
La zorra atrapada saludó a la desconocida y le explicó la gravedad de la situación.
– ¡Hola, amiga! Gracias por atender a mi llamada. Verás, he visto que un pastor introducía restos de su almuerzo dentro en esta cavidad y entré para comerlos.
– Entiendo… ¿Y dónde está el problema, compañera?
– Pues que resulta que he engordado tanto que me he quedado encajada.
– ¿Encajada?
– Sí, no puedo moverme.
– Oh, ya veo… ¡Déjame que piense algo!
La zorra libre se rascó la cabeza mientras intentaba encontrar una solución. No encontró ninguna y se lo soltó con toda sinceridad a la zorra atrapada.
– Lo siento pero nada puedo hacer. No tengo herramientas y no conozco a ningún pájaro carpintero que pueda romper la madera con su pico.
– ¡Entonces localiza un par de castores! Dicen de ellos que son grandes roedores y que excavan cualquier cosa que se les ponga por delante.
– ¡Imposible! Las familias que conozco viven junto al lago, a más de cuatro horas de camino.
– ¡Piensa algo para sacarme rápido, por favor!
– Amiga, lo lamento mucho, pero créeme cuando te digo que tu única opción es esperar a que pase la noche. ¡Cuando tu panza recupere la forma que tenía, podrás salir!
– ¿Qué?… ¿Cómo dices?
– Sí, querida mía, así son las cosas: si quieres volver a ver la luz y recuperar tu vida tendrás que cultivar esa virtud tan importante que todos debemos tener y valorar.
– ¿Ah, sí?… ¿Y cual es esa virtud?
– ¡La paciencia!
La respuesta no podía ser más clara y contundente, así que la zorra tuvo que admitir que no le quedaba otra que relajarse y esperar el tiempo necesario.
Moraleja: La fabula nos enseña que hay problemas que se resuelven solos y que simplemente hay que mantener la calma y esperar que venga tiempos mejores. La paciencia es fundamental.
Había una vez un león que dormía junto a un árbol, cuando se le acerco un ratón y comenzó a correr por encima del mismo. Al despertarse el león, puso su enorme pata sobre el y abrió su gran boca para comérselo.
– Perdóname esta vez, oh rey, nunca lo olvidaré: ¿Quién sabe, quizás pueda hacer algo por ti algunos de estos días?
El León se emocionó ante la idea de que el Ratón pudiera ayudarlo, así que levantó la pata y lo dejó ir.
Un tiempo más tarde, el León se vio atrapado en una trampa humana y los cazadores lo ataron a un árbol mientras buscaban un carro para llevarlo.
En ese momento, pasó el ratoncito y al ver al león en esa triste situación, se acercó a él y desató las cuerdas que ataban a su nuevo amigo. El ratón salvo al león, quien le estuvo eternamente agradecido y, desde entonces y para siempre le dejó trepar a su lomo.
Moraleja: No hay que subestimar las capacidades de los demás por más débiles que parezcan. Siempre se bondadoso con los demás, y los demás lo serán también contigo.
Erase una vez, un cuervo que se encontraban en un árbol tomando un poco de queso que había encontrado. Un zorro llego hasta donde se encontraba el cuervo por el olor al queso. Tenia tanta hambre que le comenzó a decir al cuervo lo hermoso que era su plumaje, su forma de volar, su canto y lo bueno que era encontrando comida. A medida que más elogios decía el zorro, más orgulloso estaba el cuervo que hinchaba su pecho
En un momento, el astuto zorro le pidió al cuervo que cantase para poder escuchar vos voz melodiosa. El cuervo accedió ante el pedido y en el momento en que comenzó a cantar y abrió el pico, se cayo el queso que fue devorado inmediatamente por el zorro.
Moraleja: No siempre te confíes de los elogios y alabanzas y no confíes en quien solo te ensalza.
Había una vez un escorpión y una rana que se encontraban junto a una chacra. El escorpión quería cruza al otro lado y no encontraba como, hasta que tuvo la idea de pedirle a la rana que lo cruzada. La rana, con mucho miedo, se negó a cruzarlo:
– Si te cruzo, me picarás y moriré.
– ¿Cómo voy a hacer eso? Si te pico, morirás y nos ahogaremos los dos.
El argumento que daba el escorpión era muy lógico, por lo tanto la rana acabó aceptando. Sin embargo, cuando iban por la mitad del camino, el escorpión picó a la rana. Antes de que ambos murieran ahogados, la rana miró incrédula al escorpión y preguntó por qué lo había hecho:
– No lo pude evitar, está en mi naturaleza.
Moraleja: aléjate de la gente que intenta hacer daño, incluso cuando parezca que tiene buenas intenciones, querrá tu mal.
Había una vez un mono que más que mono parecía una mula ya que era muy terco. Una mañana el mono empezó a pelar una naranja al mismo tiempo que se rascaba la cabeza porque le picaba mucho. Al tener las dos manos ocupadas no podía calmar el cosquilleo, por lo tanto agarro la naranja con la boca y la dejo caer al suelo. Luego se agacho y tiro la cascara con sus dientes.
Al primer bocado la naranja le pareció muy amarga.
– ¡Puaj, qué asco! Esta cáscara es muy agria y desagradable… No puedo morderla porque produce escozor en la lengua y… ¡y me entran ganas de vomitar!
Luego de unos segundos se le ocurrió poner un pie sobre la fruta para sostenerla e ir despegando pequeños pedazos de la corteza de la naranja con una de las manos.
– ¡Je, je, je! ¡Creo que por fin he dado en el clavo!
De esta manera, sin dejar de rascarse con la izquierda, liberó la derecha y se puso a ello con muchas ganas. El plan no estaba nada mal, pero a los pocos segundos tuvo que abandonarlo porque la postura le era muy incómoda y solo apta para contorsionistas profesionales.
– ¡Ay, así tampoco puedo hacerlo, es imposible! Tendré que probar otra opción si no quiero pasar el resto de mi vida con dolor de cintura.
Como no le quedaba otra opción que cambiar de estrategia! Se sentó en el suelo, cogió la naranja con la mano derecha, la colocó entre sus rodillas, y continuó retirando la monda mientras seguía rasca que te rasca con la izquierda. Esta decisión también fracasó: ¡la naranja se le escurrió entre las patas y empezó a rodar como una pelota! Además el desastre fue total ya que la parte visible de la pulpa se llenó de tierra y restos de hojas secas.
– ¡Grrr!… Hoy es mi día de mala suerte, pero no voy a darme por vencido. ¡Voy a comerme esta naranja sí o sí!
¡Ni por esas el mono dejó de rascarse! Emperrado en hacer las dos cosas al mismo tiempo agarró la naranja con una mano y la introdujo en el río para quitarle la suciedad. Una vez limpia puso sus enormes labios de simio sobre el trozo comestible e intentó succionar el jugo de su interior. De nuevo, las cosas se torcieron: la naranja estaba tan dura que por mucho que apretó con los cinco dedos no podia exprimirla bien.
– ¡¿Pero qué es esto?!… Solo caen unas gotitas… ¡Estoy hasta las narices!
A esas alturas estaba tan cansado que lanzó la naranja muy lejos y se dejó caer de espaldas sobre la hierba, completamente deprimido. Mirando al cielo y sin dejar de rascarse, pensó:
– ‘No puede ser que yo, uno de los animales más desarrollados e inteligentes del planeta, no pueda pelar una simple naranja’.
Cuando ya lo daba todo por perdido, un rayo de luz pasó por su mente.
– ¡Claro, ya lo tengo! ¿Y si dejara de rascarme durante un rato para poder pelar la naranja con las dos manos?… Tendría que aguantar el picor durante un par de minutos, haciendo un pequeño esfuerzo que supongo que podría soportarlo. ¡¿Cómo no se me ha ocurrido antes una solución tan lógica y elemental?!
Razonar con sensatez le dio un excelente resultado. Fue corriendo a buscar la naranja, la cogió con la mano derecha, volvió a remojarla en el río para limpiarla, y con la izquierda retiró los trozos de piel con absoluta facilidad.
– ¡Si! ¡Lo he conseguido! ¡Lo he conseguido!
En un periquete tenía todos los gajos a la vista; desprendió el primero y lo saboreó con gran placer.
– ¡Oh, qué delicia, es lo más rico que he probado en mi vida!… La verdad es que el asunto no era complicado… ¡El complicado era yo!
El mono degustó el apetitoso manjar procurando disfrutar del momento. Cuando terminó se limpió las manos y subió a la rama de su árbol favorito ¿sabes para qué?… Pues para continuar rascándose a gusto su cabeza.
Moraleja: Cuando se te presenta una ocasión en que tiene que hacer dos tareas, lo mejor es que pongas toda la atención en una, la termines correctamente, y luego realices la otra. De este modo podrás evitar perder el tiempo de manera absurda y te asegurarás de que ambas salgan bien.
Erase una vez, una cigarra que era muy feliz disfrutando los días de verano tomando sol. Su amiga, una pequeña hormiga se pasaba todo el día trabajando y juntando alimentos.
– ¿No te cansas de tanto trabajar? Descansa un rato conmigo mientras canto algo para ti. ? Le decía la cigarra a la hormiga.
– Deberías recoger provisiones para el invierno y dejar de holgazanear. Le respondió la hormiga
La cigarra se reía y seguía cantando sin hacer caso a su amiga.
Un día, al despertarse, la cigarra sintió el frío intenso del invierno. Comenzó a sentir hambre, pero la nieve era tanta que cubría los campos. A lo lejos, vio la cada de su amiga la hormiga, y se acercó a pedirle ayuda.
– Amiga hormiga, tengo mucho frío y hambre ¿no me darías algo de comer? Tú tienes mucha comida y una casa caliente, y yo no tengo nada.
– Dime amiga cigarra, ¿Qué hacías tú mientras yo madrugaba para trabajar durante el verano? ¿Qué hacías cuando cargaba con granos de trigo de acá para allá?, respondió la hormiga.
– Cantaba y cantaba bajo el sol – contestó la cigarra.
– Pues si cantabas en el verano, ahora baila durante el invierno.
Y le cerró la puerta, dejando fuera a la cigarra, para que aprenda la lección.
Moraleja: No hay que ser perezosos. Es importante esforzarse y no esperar a que los demás trabajen para nosotros.
Había una vez un hombre que tenia un asno y un caballo. Un día se fue con ambos caminando por la ciudad y el asno se sintió cansado y le dijo al caballo:
– ¿Podrías llevar una parte de mi carga? Me siento muy cansado y no puedo continuar.
El caballo se hizo el sordo y no dijo nada. Al rato el asno cayó víctima de la fatiga, y murió en ese instante.
El dueño del caballo, saco toda la carga del asno y la coloco encima del caballo, incluso hasta la piel del asno. El caballo, suspirando dijo:
– ¡Qué mala suerte tengo! ¡Esto me pasa por no haber querido cargar con un poco del fardo del asco y ahora tengo que cargar con todo!
Moraleja: Siempre ayudar al otro que te lo pide de manera honesta, si no lo ayudas también te estarás perjudicando a vos mismo.
Había una vez un hombre muy pero muy sabio, que al llegar a su vejez acumulaba muchas riquezas. Había trabajado tanto durante su vida que su esfuerzo había valido la pena porque ahora podía llevar una vida feliz y placentera.
El hombre siempre recordaba sus orígenes humildes y nunca se avergonzaba de eso. Cada tanto se sentaba en su sillón a recordar los días que en trabajaba sin parar para poder escapar de la pobreza y cambiar su destino.
Ahora tenia setenta años y ya se había jubilado, su único deseo era descansar y poder disfrutar de todo lo que había logrado con tanto esfuerzo y sacrificio. Ya no se levantaba temprano para salir corriendo a trabajar ni tampoco se pasaba largas horas tomando importante decisiones. Se levantaba tarde, tomaba el desayuno, leía sus libros favoritos y daba largos paseos por su jardín y su hermosa mansión.
Las puertas de su casa siempre estaban abiertas para todo el mundo y todas las semanas invitaba a sus amigos para pasar lindos momentos, tardes, cenas, juegos, todo lo que lo hacia feliz. Era un hombre muy generoso, cuando venían sus invitados les ofrecía sus mejores vino que conservaba en su bodega y unas comidas deliciosas. Pero eso no era todo! Al finalizar las ricas comidas, los agasajaba con hermoso regalos que le habían salido una fortuna. Este hombre disfrutaba mucho de compartir su riqueza con sus seres queridos y nunca escatimaba en gastos.
Un día, lo llama su mejor amigo para reunirse con el a solas y decirle lo que pensaba. Mientras tomaban el te y disfrutaban de deliciosos manejares le confeso:
– Sabes que siempre has sido mi mejor amigo y quiero comentarte algo que considero importante. Espero que no te moleste mi atrevimiento.
El hombre, le respondió:
– Tú también eres el mejor amigo que he tenido en mi vida. Dime lo que te parezca, te escucho.
Su amigo le miró a los ojos y le confeso:
– Yo te quiero mucho y agradezco todos los hermosos regalos que nos haces a todos tus amigos cada vez que venimos, pero últimamente estoy muy preocupado por ti.
El anciano se sorprendió.
– ¿Preocupado? ¿Preocupado por mí? ¿A qué te refieres?
– Verás… Llevo años viendo cómo derrochas tu dinero sin medida y creo que te estás equivocando. Sé que eres millonario y muy generoso, pero la riqueza algún día se acaba. Debe recordar que tienes tres hijos, y que si te gastas todo en banquetes y regalos, a ellos no les quedará nada.
El viejo, que sabía mucho de la vida, le dedicó una sonrisa y pausadamente le dijo:
– Querido amigo, gracias por preocuparte por mi, pero voy a confesarte una cosa: la realidad es que todo lo que hago, lo hago por hacer un favor a mis hijos.
El amigo se quedó duro y sorprendido ¡No entendía qué quería decir con eso!
– ¿Un favor? ¿A tus hijos?…
– Sí, amigo, un favor. Desde que nacieron, mis tres hijos han recibido la mejor educación posible. Mientras estuvieron a mi cargo, les ayudé a formarse como personas, estudiaron en las escuelas más prestigiosas del país y les inculqué el valor del trabajo. Creo que les di todo lo que necesitaban para salir adelante y labrarse su propio futuro, ahora que son adultos.
El anciano dio un sorbo al té todavía humeante, y continuó:
– Si yo les dejara de herencia toda mi riqueza, ya no se esforzarían ni tendrían ilusión por trabajar. Estoy seguro de que la malgastarían el dinero en caprichos ¡y la verdad es que yo no quiero eso para mis hijos! Mi deseo es que puedan conseguir las cosas por sí mismos y que sepan valorar lo mucho que cuesta ganar el dinero. Yo no quiero que mis hijos se conviertan en unos vagos y destrocen sus vidas, solo por tener dinero fácil.
El amigo se quedo pensante y meditó sobre esta explicación. Así entendió que el hombre sabio había tomado una decisión muy sensata.
– Sabias palabras amigo mío… Ahora lo entiendo. Algún día, tus hijos te lo agradecerán.
El hombre le guiñó un ojo y dio un último sorbo de té. Después de esa conversación, su vida siguió siendo la misma y no cambio nada. Continuó gastándose el dinero a manos llenas pero, tal y como había asegurado aquella tarde, sus hijos no heredaron ni una sola moneda.
Moraleja: Siempre esfuérzate día a día por aprender y trabaja con empeño, sacrificio e ilusión por cumplir tus sueños. No hay satisfacción más hermosa en la vida que poder conseguir las cosas por uno mismo y disfrutar la recompensa del trabajo bien hecho.
Esperamos que hayan disfrutado de estar hermosas fábulas, ideales para compartir con niños y adolescentes y dejarle el aprendizaje de las moralejas, además de enseñarles los valores más importantes.